Mi padre tuvo por maestro de esgrima muy añorado y querido por cierto, a don Afrodisio Aparicio (el famoso maestro Afrodisio que dio clases a la Reina Victoria Eugenia) y yo pasé más de la mitad de mi infancia y adolescencia, oyéndole contar anécdotas de aquél genio del arte de la espada. Como soy de naturaleza antideportiva, no seguí los pasos de mi padre, pero en su honor conseguí que mis hijos aprendieran los secretos del acero, con grandes éxitos de Rafael, mi hijo mayor, que de muy mozo fue campeón de la Comunidad de Madrid en varias ocasiones. Soy, eso sí, admirador de la esgrima escrita, la literaria, que da para mucho, así el libro de Jerónimo de Carranza de 1582, que trata por decirlo con palabras del autor de la filosofía de las armas y de la destreza en su manejo, así como del ataque y de la defensa cristiana, en el que se evidencian las teorías morales y teológicas del autor, que se daba a sí mismo el título de inventor de la ciencia de las armas. Carranza creó un sistema muy original, basado en las relaciones matemáticas de los círculos, de los arcos, de los ángulos y de las tangentes. Ganar los grados al perfil era saber ganar la ventaja por pasos consecutivos alrededor del adversario, que dijo Quevedo.
Los principios de Carranza vuelven a encontrarse en otro autor español muy conocido: su discípulo, don Luis Pacheco de Narváez, autor del “Libro de la Grandeza de la Espada”. En él se enseñaba la guardia siguiente: El cuerpo, derecho, pero de manera que el corazón no este directamente frente a la espada del adversario, el brazo derecho completamente extendido, los pies bastante juntos… El autor dice, entre otros argumentos en que apoya la conveniencia de esta guardia, que extendiendo el brazo no hay peligro de ser herido en el codo. Los adversarios se ponían en guardia fuera de una distancia peligrosa. Con demostraciones geométricas se les enseñaban las nociones generales de la medida correcta, a pie firme y en marcha. Giraban alrededor uno del otro, haciendo movimientos de costado a fin de poner al rival en una situación comprometida. Una vez comprendidos estos preliminares, el discípulo debía aprender y practicar todos los pases posibles. Al igual que Carranza, Pacheco de Narváez ofrece multitud de ejemplos y explica lo que ha de hacerse ante cada uno de los movimientos del adversario, variando la complicación de los pases según que su acción fuera violenta, natural, remisa, de reducción, extraña o accidental, según el adversario fuera de grande o pequeña estatura, según que su temperamento fuera musculoso o nervioso, colérico o flemático.
Cuando fui editor, publiqué El Tratado de Esgrima de Leo Broutín, facsímil de su obra El Arte de la Esgrima con prólogo del Marqués de Alta Villa, que fue una obra muy importante para el desarrollo de la esgrima del florete en nuestro país. Broutín, hijo y hermano de maestros, fue maestro de esgrima de la Academia del Estado Mayor del Ejército de Tierra, del Círculo deBellas Artesy miembro correspondiente del Academia de las Armas de Paris.
Se puede decir, sin faltar a la verdad, que el maestro Afrodisio ocupó mis ensoñaciones de infante, cuando me veía a mí mismo de Espadachín Enmascarado que era el tebeo, junto al Capitán Trueno, que ocupaba mis ocios. Nunca fui espadachín y lo siento, mucho más ahora, que me sé algunos intríngulis de la vida del maestro de armas de mi padre que era un hombre de estatura media, musculoso, con un imponente bigote de mosquetero, muy característico. Había abierto su Sala de Armas en 1915 en la calle Echegaray y por ella pasaron desde el general Millán Astray hasta Raimundo Fernández Cuesta. El maestro se proclamó pronto Campeón del Mundo de sable, llegando a poseer la Gran Cruz de Beneficencia, la Cruz de Alfonso X El Sabio y la Encomienda de Cisneros, pero por lo que pasaría a los anales de la esgrima, es por su duelo caballeresco con Lancho, otro maestro de la época. Ángel Lancho y Afrodisio Aparicio, ambos rivales y representantes de las escuelas española y francesa de esgrima, respectivamente, no se tenían gran estima y su enemistad personal se vio acrecentada por una animadversión profesional que les llevó a retarse en duelo por unos comentarios despectivos del maestro Afrodisio.
Fue el 13 de mayo de 1905, en la Quinta de Noguera, cerca de la plaza de Manuel Becerra, en Madrid, donde se encontraron los maestros acompañados de sus padrinos. El arma escogida para el duelo a primera sangre fue la espada, que era la especialidad de Lancho. Éste representaba la elegancia y la acometividad. Aparicio, más atlético y heterodoxo, la audacia y la fiereza. El juez les interrumpe en el tercer asalto: ha habido un golpe de plano en el hombro de Lancho y otro de punta que no produce sangre en el antebrazo de Afrodisio. El lance continua. En el cuarto asalto se produce otro puntazo en el antebrazo de Afrodisio. Los médicos discuten. El duelo se da por terminado y Lancho vence tras herir dos veces a su rival. Los diarios de la época reflejan el acta de duelo, en la que se destaca el valor y la destreza de los que dieron muestra los dos adversarios.
No firmaron la paz inmediatamente, pero poco tiempo después se hicieron amigos, una vez que Afrodisio se pasó a la escuela española preconizada por Lancho. Tras la reconciliación, formaron un apareja deportiva solicitadísima en la época. No había acto social de relieve o acontecimiento importante, que no concluyera con un esperado asalto de esgrima entre Lancho y Afrodisio.
Juntos participaron en numeroso torneos nacionales e internacionales, elevando la esgrima española a la más alta cota que jamás hubiera alcanzado.
La amistad de ambos se extendió a sus respectivas familias que, a la muerte de Lancho en 1939, siguió manteniéndose como demuestra el hecho que todas las armas y demás material de su sala fuesen regalados al maestro Afrodisio, y que años más tarde, fuese testigo en la bodas de los hijos de su rival: la de Emma (1942) y la de Rafael (1957).
El maestro Afrodisio, falleció en 1962. Con su desaparición dejó la esgrima de considerarse el deporte por excelencia de las clases altas. La esgrima como un arte de combate de caballeros y entre caballeros. No se me ocurre otra cosa más propia para quien se estime a sí mismo hijodalgo. Se me antoja que evocar en época tan descreída como la nuestra, aquel duelo es rendir homenaje a dos colosos olvidados que llegaron a ser por sus propios méritos y reconocida caballerosidad, dos próceres de la vida española. Ya lo dijo mi lejano pariente don Francisco Piferrer y Montells: La virtud y el mérito personal constituyen la verdadera Nobleza y son por lo mismo la base fundamental de la Ciencia Heroica, la cual trata precisamente de los honores y distinciones que cada uno merece por su valor, por su virtud y por sus nobles hazañas. Pues eso.
José María de Montells
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