En tierras de la Alcarria se yergue, con aire perenne y resistiendo los embistes del tiempo, la noble villa de Hita. Un lugar que ha quedado grabado en la memoria de todos gracias a la pluma del notable poeta Juan Ruiz, el que fue arcipreste de Hita, el mismo que nos dejó como su legado una de las grandes obras literarias de la literatura española, el Libro de buen amor.
Hita fue lugar de nobles, labradores, judíos, moros, y de desconocidos ciudadanos, y todos ellos conformaron una sociedad que se extendió, como lugar de señorío, hasta los tiempos de la desamortización decimonónica, aunque conservando y preservando toda su esencia hasta la última contienda civil. Fue en ese momento cuando Hita sufrió el mayor desastre conocido de su historia: el castillo, las puertas de acceso, las iglesias, los palacios y casonas, fueron destruidos, quedando solo en el recuerdo de todos la imagen de lo que fue aquella vieja villa que era ejemplo de convivencia.
Hita fue señorío de los Mendoza, entregado por el Rey Enrique II a don Pedro González de Mendoza, junto con Buitrago, y le fue dada la villa, entre otras razones, porque la lealtad es la más noble y alta virtud que puede ser en el home y por ella es poblado y se mantiene todo el mundo…Hermosas palabras que nos hacen detenernos y pensar si ese paradigma aún vive en las personas, o es algo que en la actualidad únicamente viene a decorar la vanagloria de algunos. La lealtad es un bien preciado, el mismo que en pocas personas reconoceríamos hoy, ese don con el que saber guardar la fidelidad y que algunos sólo en apariencia pretenden ofrecérnosla. Y esa lealtad es lo que realmente ennoblece al hombre, no los títulos, ni los nombramientos, ni los apellidos ¡que nadie venga a descubrir nada!.